Cultura Wari, panel, 600–900. Perú, Corral Redondo. Plumas, algodón y fibra de camélido; 80 x 220.3 cm (31 ½ x 86 ¾ in.) The Menil Collection, Houston, donación prometida de la Colección Adelaide de Menil y Edmund Carpenter, TL 2018.19.1.1

Tela emplumada lujosa del pueblo Wari

Heidi King


En febrero del año 1943, los periódicos en Arequipa, en el sur del Perú, informaron que los residentes de una aldea pequeña habían descubierto un “cementerio” antiguo en un campo junto al empalme de los ríos Ocoña y Churunga a poca distancia de la costa del Pacífico. El sitio llegó a denominarse Corral Redondo, probablemente debido a los tres muros circulares concéntricos, cada uno de aproximadamente un metro de alto y construido de piedras de campo toscas, que eran la característica arquitectónico más destacada del lugar. Los periódicos informaron que durante una noche a principios del mes en curso los aldeanos desenterraron un número desconocido de fardos funerarios, que quemaron inmediatamente, y muchas ofrendas, entre ellas, objetos en miniatura y estatuillas de hombres y mujeres elaboradas en oro y plata del tipo depositadas por los Inca en santuarios a finales del siglo XV y principios del siglo XVI. Los objetos más espectaculares desenterrados esa noche, sin embargo, fueron creados por el pueblo Wari muchos siglos antes: ocho jarras cerámicas monumentales, cada una de entre 1 metro y 1.2 metros de alto que, en total, contenían enrollados 96 paneles de gran tamaño emplumados. Se encontraron más de 160 objetos en Corral Redondo; los aldeanos los repartieron entre ellos y los vendieron enseguida. Las autoridades eventualmente pudieron rescatar casi todos los objetos, pero los demás se vendieron en el mercado de arte internacional. Hoy en día la gran mayoría está en colecciones museológicas en el Perú, los Estados Unidos y Europa.

Entre el siglo VII y el siglo X e.c. el pueblo Wari creó lo que, según muchos expertos, fue el primer imperio suramericano cuya influencia y alcance sólo fueron superados por el de los Inca (que fue mejor conocido) a finales del siglo XV y principios del siglo XVI. El territorio central del imperio Wari se situaba en la cordillera de los Andes en el Perú; ahí edificaron ejemplos de una arquitectura imponente tanto en la capital, también de nombre Wari, cerca de la ciudad moderna de Ayacucho, como en varios centros provinciales. Fueron ingenieros dotados de gran talento: se cree que lograron conectar estos centros mediante una rede de caminos que los Inca luego extendió; con sus innovaciones en el ámbito agrícola a base de mucha mano de obra, así como la construcción de terrazas y la irrigación, transformaron el altiplano seco en tierra fértil. Los Wari también forjaron relaciones estrechas con otros pueblos en los valles prósperos de la costa del Pacífico, una región desértica árida donde se han encontrado muchas obras de arte tanto de los Wari como influenciadas por ellos en tumbas y ofrendas, entre ellas los paneles emplumados que se presentan en esta exposición.

Las plumas, sobre todo las de pájaros de colores vivos, eran muy valoradas en el Perú antiguo y las obras confeccionadas con plumas probablemente eran la forma de arte más preciada entre las que producían los Wari, incluidos otros tipos de textiles finos, cerámica policroma de hechura meticulosa (como se puede apreciar en los ejemplos que aquí se presentan), exquisitos ornamentos personales elaborados con materiales preciosos y esculturas de tamaño reducido. Los artículos de lujo portátiles de esta índole eran indicadores de riqueza y poder y, ya que los Wari, como otros pueblos andinos antiguos, no usaban un sistema de escritura, también desempeñaban un papel importante en la expresión, el registro y la conservación de conceptos relacionados con los ámbitos humanos, naturales y sobrenaturales.

Las jarras cerámicas monumentales en las que se habían guardado los paneles emplumados tienen cámaras globulares con tres asas curvadas pequeñas y cuellos estrechos adornados con cabezas humanas policromas con las caras de un lado y el cabello oscuro con vincha estampada o corona del otro. Las caras tienen los ojos muy abiertos y la nariz, boca y orejas esculpidas. Se cree que las jarras representan seres humanos, tal vez dignatarios o ancestros Wari, con imágenes mitológicas pintadas en el cuerpo. Las jarras protegieron los paneles de las sales, minerales e insectos en la tierra, lo cual explica el excelente estado de conservación de la mayoría de éstos después de más de mil años.

Los paneles, que miden aproximadamente 213 centímetros de ancho por 74 centímetros de alto, están completamente cubiertos de mosaicos de plumas que consisten en miles de plumas finas del cuerpo del guacamayo (Ara ararauna) azul y amarillo, un pájaro autóctono de las faldas orientales de la cordillera de los Andes. En el diseño minimalista atrevido, las plumas están dispuestas en rectángulos con campos diagonalmente opuestos de plumas azules y amarillas. Algunos paneles en el conjunto son completamente amarillos o el mosaico consiste en plumas de color azul y naranja. Dispuesta horizontalmente en la parte superior hay una banda estrecha de color marrón sencillo cosida de manera rudimentaria al fondo y con ataduras trenzadas en cada extremo, algunas de las cuales ahora faltan en algunos paneles.

El mosaico de plumas en los paneles fue creado cosiendo sartas de plumas anudadas a cordeles de algodón a la tela de base de algodón fino de tejido sencillo. La tarea laboriosa de producir sartas de plumas implica atar literalmente miles de plumas individuales—en algunos casos dos o más plumas se ataron en un solo nudo, sobre todo cuando se trataba de plumas muy pequeñas—a cientos de metros de cordeles. Se calcula que se usaron un promedio de 15.000 a 16.000 plumas para cubrir completamente cada panel. Estudios minuciosos de las sartas de plumas en algunos paneles revelan que se usaron diversos nudos, desde los más simples hasta los más complejos, para sostener las plumas. Invariablemente, el cañón de la pluma fue doblado sobre el cordel y anudado en el doblez. Un segundo cordel, que también fue atado a las plumas, sirvió para estabilizarlas, evitando así que dieran vueltas en cualquier dirección. En uno de los paneles se observó que los nudos usados para atar cada pluma al cordel variaban según el color de la pluma; un tipo de nudo se usó sistemáticamente en las sartas de plumas amarillas y otro en las de plumas azules.

Estos paneles se sitúan entre las obras de arte más destacadas y a la vez enigmáticas que han sobrevivido del Perú antiguo. La sofisticación formal del diseño y la hechura magnifica de los paneles guardan un atractivo para la sensibilidad moderna y han servido de inspiración para artistas del siglo XX como Max Ernst y su esposa Dorothea Tanning, quienes compraron uno de los paneles para su propia colección que ahora está en el Metropolitan Museum of Art en calidad de préstamo.

De hecho son únicos dentro del conjunto considerable de tejidos extraordinariamente diversos producidos por artistas textiles del Perú antes de la conquista del siglo XVI. No se conocen objetos comparables encontrados en excavaciones arqueológicas científicas ni albergados en colecciones. ¿Qué función habrán desempeñado? Cuando fueron descubiertos, se pensó que eran mantos porque se parecen a los mantos de Paracas en lo que respecta a tamaño y formato, pero esa teoría es poco probable. Convence más, por el carácter frágil y precioso del material, la idea de que se usaron para presentaciones provisionales, en ocasiones festivas o ceremoniales, atados a espigas clavadas en muros o a postes con las correas que aún tienen algunos de ellos. Más recientemente se ha sugerido que podrían haber sido expuestos en el tejado quinchado inclinado de una estructura arquitectónica importante, pero cómo se habrán dispuesto no se sabe.

La función de los paneles resulta tan enigmática como la de Corral Redondo, el lugar remoto donde fueron descubiertos. El sitio fue suficientemente importante para atraer ofrendas preciosas de dos de las culturas más poderosos de la región andina pero ¿qué relevancia tuvo para los Inca en los siglos XV y XVI y los Wari más de 500 años antes? Podemos afirmar que para los Inca, Corral Redondo fue una huaca, o lugar sagrado, tomando en cuenta el descubrimiento de más de treinta miniaturas preciosas incaicas conocidas a raíz de numerosas ofrendas capac hocha excavadas científicamente en santuarios ubicados en las alturas de la cordillera. La literatura colonial cuenta que los Inca cubrían sus huacas, o santuarios, con tela cumbi fina que, en algunos casos se adornaba con plumas. Es posible que durante la era de los Inca los paneles emplumados de colores vivos se tendían en los muros de piedras de campo toscas del Corral, transformando así este lugar rodeado de montañas ricas en oro—se siguen explotando los yacimientos de oro en esta región hasta el día de hoy—y con vista a la confluencia de dos ríos en un espacio ceremonial poderoso. Pero el lugar, ¿qué significaba para el pueblo Wari? ¿Ellos también lo consideraban un sitio sagrado, donde enterraron ofrendas esplendidas entre los siglos VII y X que luego volvieron a usar los Inca? ¿O Corral Redondo sólo tuvo relevancia para los Inca, que trajeron reliquias de los Wari al lugar para honrarlo? Lamentablemente, las respuestas a estas preguntas y otras similares nos siguen eludiendo.